- ANIVERSARIO DE LA ASOCIACIÓN cultural runataki
Un día como hoy, un grupo de jóvenes veinteañeros, decidieron constituir una agrupación cultural, dedicada al aprendizaje y la difusión de una forma de música y danza tradicional andina muy especial y trascendente: el sicuri (ó sikuri), como quieran consignarlo.
De ello, han pasado 39 años. Es decir casi cuatro décadas. Y el núcleo principal que se fue constituyendo en aquellos lejanos años primigenios, se mantiene hasta la fecha, con la presencia de sucesivos integrantes, que se fueron sumando al proyecto.
Recuerdo hoy como si fuera ayer, los mediados de los años setenta y un poco más.
Lima y el Perú, vivían los últimos efluvios del pasado gobierno militar de Juan Velasco Alvarado. El PERÚ era un campo efervescente de pasiones, desbordes, gritos y reacciones. LIMA era un punto de encuentro final, de todas las sangres: JOSÉ MARÍA ARGUEDAS era todavía tierno en el recuerdo y su WARMA KUYAY aún nos permitía sentirlo con sus ojos de niño y amante eterno, mirándonos desde el infinito; aunque hacía casi una década que había decidido marcharse de aquí.
Y los "niños bien" se estremecían, al paladear el delicioso MUNDO PARA JULIUS, que les recordaba tantas cosas que no podían contar en voz alta. Pues, a pesar de tanto SINAMOS, INKARRI y CAMPESINO EL PATRÓN NO COMERÁ MAS DE TU PROMESA; el racismo soterrado de Lima, en algunos círculos era casi tan soberbio como en los tiempos coloniales.
Y el huayno se contenía, se estremecía y se enardecía, confinado a los corralones llamados COLISEOS, de la avenida 28 de Julio, Grau y el Puente del Ejército.
Y nuevas propuestas musicales, henchidas de jazz, country, rock, salsa, cumbia pop y nueva canción, eran lanzadas por diversas bandas en todas las radios. Junto a otras que se autodenominaban a sí mismas: de música latinoamericana, en variedad de estilos y fusiones, cada cual más “auténtica”. Frente a las cuales se erguían otros grupos, que se consideraban íconos de la llamada “canción protesta” o también los autodenominados grupos de la “nueva canción popular”, que nunca existió, sino en el deseo, muchas veces bueno de sus propulsores.
Y cada domingo las calles de Lima y las plazas, se llenaban de jóvenes de todos los tonos y matices, de todas las tallas, contexturas y extracciones sociales, y particularmente provincianos ó andinos, buscando un poco de la identidad perdida y exaltada, en medio de tanta música y cultura, desbordada, atrapada y enjaulada, en estas calles, de la Lima de los setentas y ochentas.
Recuerdo, cómo, con tanto hervor: de pasión, sueño, búsqueda, promesa, sermón de la montaña y discurso inflamado de plaza, surgió como nunca, el amor y el odio.
Y fue, en esos momentos, que un día escuchamos el SICURI, que había llegado y andaba igual que nosotros, deambulando por estas calles. Lo traían jóvenes como nosotros, que provenían de una región casi mágica, en la que estos compases habían sobrevivido milagrosamente; como lo describe José María Arguedas en su artículo: LA DANZA DE LOS SIKURIS. Una música inigualable, frente a la cual no podía haber claudicación posible, algo que si era y aún es: música profunda, andina y popular.
Esa música nos unió de pronto y nos salvó de tantas cosas y nos hizo perder otras, muchas de ellas superfluas o enajenantes. Y entonces quisimos aprender a tocarla, tal como es, tal como suena, tal como había llegado, vivita y coleando hasta nosotros, en el último cuarto del siglo XX.
Y empezamos un aprendizaje que para muchos de nosotros, hoy en el primer tramo del siglo XXI no termina todavía: el seguir descubriendo una forma de arte que es parte de la historia y la identidad gloriosa de los Andes, de esta región del mundo del cual somos hijos dignos y naturales; y con ello volver a sentir y compartir, aunque sea unos instantes, igual que los ancestros: en COMUNIDAD de todos, como hermanos, con la tierra sagrada y con el viento: amado, atrapado y liberado, a través de las cañas del sikuri.
Por: Mario Ortiz Nishihara.
Publicado: 2020-03-24
Escrito por
betorudas
Aprendí en muchas partes y aún sigo aprendiendo. Me gusta la buena música, la que nos llena de buenos sentimientos, de todos los pueblos...
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